Pobreza política extrema

René Delgado

Sin importar el desenlace de la reforma electoral, en su abordamiento y tratamiento, la clase política de diestra y siniestra, profesional y amateur, ha dejado ver la pobreza política extrema y el subdesarrollo que la afecta. Y cómo, sin querer o adrede, preserva sus intereses, haciendo a un lado los de la ciudadanía.

El espectáculo ofrecido los últimos meses por esa clase ha puesto al descubierto un absurdo: los integrantes de ella –salvo contadas excepciones– abominan la política y, aunque dicen actuar en nombre de la democracia, ninguno descuella por su credo en ella.

A saber, en qué va a parar esa reforma, lo previsible es que el régimen político-electoral quede igual o peor que antes.

De entrada, impresionan dos cuestiones. Uno, el bajísimo nivel de operadores de uno y otro bando. Dos, cómo las dirigencias partidistas reales y formales colocan en posiciones clave a supuestos cuadros no por sus atributos y experiencia, sino por la lealtad que profesan a ellas.

De ese nutrido elenco, la revelación del secretario de Gobernación, Adán Augusto López, como coordinador parlamentario de Morena en el Congreso de la Unión, lo expuso como un conspicuo aspirante presidencial de relleno. Acata órdenes, pero no las cumple y, cuando las cumple, lo hace mal. Y ni qué decir de su lugarteniente en la Cámara de Diputados, Ignacio Mier, quien por sus errores quizá más adelante gobierne Puebla. Tan de cabeza están las cosas que ahora el Legislativo manda proyectos de dictamen al Ejecutivo para su aprobación y, ahí, los aprueban con errores.

Del lugarteniente en el Senado, Ricardo Monreal, vale reconocer que salvó cara sosteniendo la postura y dando muestra de entereza, pero también que el único seguidor de su liderazgo era él. Por lo pronto, la operación en ese otro órgano parlamentario será un dolor de cabeza en lo que se define si el coordinador se va, lo echan o lo saltan. A todo esto y por mera curiosidad sería interesante saber si Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard tienen una opinión propia sobre la reforma electoral.

Como quiera, Acción Nacional le compite fuerte al movimiento en el poder en eso de privilegiar a los leales, por encima de los capaces. Suplir a Juan Carlos Romero Hicks en la coordinación parlamentaria de los diputados con Jorge Romero es digno de encabezar el récord de los dislates de Marko Cortes: no hubiera encontrado un cuadro más vulnerable, es como un edificio que carga el sobrepeso de pisos no autorizados. Y, bueno, en el Senado tiene a Julen Rementería. Ese es el nivel. Sólo así se entiende por qué las más emblemáticas representantes de Acción Nacional en la cámara alta, Lilly Téllez, Kenia López y Xóchitl Gálvez, con o sin disfraz, ensombrecen la actuación de los cuadros albiazules, esos con formación, en el Congreso.

No otra cosa ocurre en el tricolor. Tener por cuadros distinguidos en el Congreso al diputado y candidato al desafuero Alejandro Moreno, y como coordinador de los senadores a Miguel Ángel Osorio Chong es tanto como renunciar al reducido margen de maniobra de esa otrora poderosa fuerza. Por eso, el coordinador de los diputados, Rubén Moreira, disfruta la debilidad de su líder y la senadora Beatriz Paredes padece a su coordinador.

Faltaría hablar de los extorsionadores con registro, pero bueno ese es un asunto que se resuelve con votos y dinero o con ambos.

Con esos operadores se entiende por qué tantos errores en el diseño, la estrategia y el procedimiento para proponer la reforma del régimen y oponerse a ella.

El gobierno y su partido labraron con esmero el fracaso de la reforma constitucional político-electoral, siendo fundamental un cambio de régimen. Dicho en breve, la lanzaron en mal momento, de pésimo modo y en un tono grosero, queriendo doblegar a los opositores cuando ya ni contaban con los votos requeridos. Argumenta Pablo Gómez, coautor de ella, que hubiera sido un error conciliar con el Estado corrupto representado por el PRIAN y, entonces, sin entrar a negociar cómo la querían sacar.

Luego, con una actitud más propia de los resignados que de los revolucionarios, fueron por una limitada y sesgada reforma electoral (ya no política) a nivel reglamentario. Tan pobre que el mismo Ejecutivo la justificó, diciendo “algo es algo”, cuando ese algo es peor. Y ahí están atorados: si la aprueban aceptando el chantaje de sus aliados, viene el veto presidencial; si la aprueban rechazando el chantaje, regresa al Senado que ya está en receso y Morena carece de los votos para convocar a un periodo extraordinario. La boten o la voten, ese algo podría ser nada y constituir un nuevo fracaso que, de avanzar algún día, recalaría en la Corte.

La oposición panista y priista no canta mal las rancheras. Primero titubeó y hasta anunció sus respectivos proyectos de reforma electoral constitucional, incapaces de formular uno de conjunto: segunda vuelta, vicepresidencia de la República, elecciones primarias… Luego, acudieron al servicio de orientación vocacional que les presta la resistencia civil y salieron firmes y contentos: nada de nada y el régimen se queda como está, siendo que así preservan intereses, posiciones y prerrogativas, al tiempo que dejan un instituto que reclama un ajuste. Pero qué dicha no hacer nada, quedando como héroes de la democracia y contando por fin con una bandera, aunque no tenga una propuesta.

De distinto modo, la clase política intentará derivar alguna ganancia de lo sucedido, aun cuando no haya ocurrido nada. Unos dirán que no se pudo por culpa de los otros y los otros festejarán que todo sigan como siempre. Así, sin embargo, esa clase no dejará de vivir en la pobreza política extrema ni saldrá del subdesarrollo.

El Financiero