Cumbres poco borrascosas

Jorge Zepeda Patterson

Que los tres presidentes se reúnan es trascendente, desde luego, a condición de no excederse en las expectativas. La X Cumbre de Líderes de América del Norte que tiene lugar en México debería llevar a preguntarnos ¿para qué sirven estas reuniones? O, dicho de otro modo, ¿cuáles son sus posibilidades y sus límites?

Las preguntas son pertinentes, porque existe la tendencia a interpretar a la política como el resultado de una confrontación de temperamentos o de medición de poderes y egos. De algunas columnas o reacciones en las redes sociales, parece desprenderse la idea de que la visita de los mandatarios de Estados Unidos y Canadá ofrece la oportunidad para asestar un coscorrón a las políticas y “ocurrencias” del presidente mexicano. No fueron pocos los que se burlaron del exhorto de López Obrador para que sus colegas aterrizaran en el nuevo aeropuerto AIFA, calificándola de provinciana o patética, asumiendo que los criterios del sacrosanto “secret service” no se doblan ante los caprichos “demagógicos” del tabasqueño. Luego resultó que ninguna de las delegaciones tuvo objeción al planteamiento, considerándolo una cortesía hacia su anfitrión.

En realidad, las relaciones entre los tres mandatarios están acotadas por el protocolo de estas visitas, el margen de posibilidades del poder Ejecutivo en sus respectivos países, y las necesidades políticas y electorales que les obligan a impulsar determinadas agendas concediendo o negociando frente a las prioridades de cada uno de los otros dos. Se necesitan de tal manera, que se ven obligados a abordar sus diferencias sin poner en riesgo otros frentes. No significa que la capacidad para negociar sea la misma, evidentemente. Los dólares son una llave mágica para destrabar resistencias y eso lo tienen a manos llenas los norteamericanos. Pero la política es mucho más complicada que eso. La reelección de Joe Biden, para poner un ejemplo, pasa en mucho por la agenda migratoria, que los grupos conservadores convertirán en tema nodal en la próxima campaña; en cierta manera ya lo es en Estados Unidos. Eso hace de México y sus políticas fronterizas y migratorias un factor clave de cualquier estrategia de la Casa Blanca, lo cual otorga a Palacio Nacional un poderoso argumento. En ese sentido, ningún tema es independiente para efectos de negociación y resoluciones: inversiones extranjeras, temas ecológicos y nuevas tecnologías, vida fronteriza, inseguridad y drogas, además de migración son barajas que habrán de intercambiarse en un sentido y otro.

Un segundo problema tiene que ver con el equívoco de tomar a cualquiera de los tres países como un solo jugador. Parte de la culpa la tiene la prensa. Cuando un subcomité del senado estadunidense o un subsecretario de Estado hace un pronunciamiento sobre México, los medios de comunicación lo transmiten como un absoluto: “Estados Unidos exige a

México… ”. En realidad, se trata de un actor político, entre otros muchos, dirigiéndose menos a México que a su propio entorno, por consideraciones de necesidad política. Tan solo en materia de seguridad pública, existen muchos matices y contradicciones entre las posiciones de la DEA, la Casa Blanca, el Departamento de Estado, los comités legislativos vinculados al tema, el Departamento de Justicia y otras agencias de Seguridad. Y el equivalente sucede con casi cualquier otro tema.

En estas cumbres los presidentes tratan de desahogar en primera instancia sus propias preocupaciones, necesidades y compromisos, aun cuando canalicen presiones de sectores importantes de su país, muchas de las cuales serán eliminadas antes o durante las conversaciones, o utilizadas como moneda de cambio. Avanzarán en algunos puntos, algunos reales y otros simplemente declarativos. En resumen, es una reunión destacada, y de sus consensos pueden salir algunos acuerdos significativos. Aunque rara vez son históricos o definitivos. Si Trudeau verdaderamente se empeña en defender inversiones de empresas mineras puede acotar o limitar alguna de las decisiones de la 4T en la materia, aunque sea para efectos puntuales. Lo mismo puede decirse en el caso de Joe Biden y el debate sobre las energías limpias, si fuera el caso. Pero no esperemos que un país consiga que el presidente de otro cambie sus políticas de manera significativa.

Quizá lo más relevante es que ofrece la oportunidad de verse cara a cara y entender que los tres tienen problemas y se necesitan, y de construir mínimos de confianza entre unos y otros. Tengo la impresión de que uno de los momentos más trascendentes de esta Cumbre, si no es que el principal, tuvo lugar en el trayecto de casi una hora que López Obrador y Biden compartieron a puerta cerrada al salir del AIFA.

Milenio