AMLO, a la deriva

Héctor De Mauleón

—Que se me hace que te mandó Maru, mi amor –tronó el presidente López Obrador desde su camioneta, al ser increpado el fin de semana pasado por migrantes, luego de la tragedia que cobró la vida de 39 personas que murieron quemadas y asfixiadas en una estación provisional que se hallaba a cargo del Instituto Nacional de Migración, en Ciudad Juárez, Chihuahua.

Un día después de aquel terrible suceso, el presidente se limitó a decir en su “mañanera” que los migrantes habían puesto en la puerta colchonetas y les habían prendido fuego. Como ya se ha relatado con lujo de detalles, Andrés Manuel López Obrador pasó de inmediato a otro tema y luego comenzó a reír a carcajadas, feliz de sus propias ocurrencias.

Las reacciones frente a aquella “mañanera” fueron demoledoras, sobre todo en redes, y le fueron presentadas al mandatario por su vocero, Jesús Ramírez Cuevas. López Obrador se vio obligado a intentar un control de daños: en su “mañanera” siguiente apareció vestido de negro y dijo con rostro compungido que la muerte de los migrantes —ilegalmente encerrados, incluso con candado— le había partido el alma.

“Me ha dolido mucho y me ha dañado”.

En su visita a Juárez, sin embargo, migrantes cerraron el paso de la caravana en la que se movía López Obrador. Mientras un grupo de servidores con chalecos de la Secretaría del Bienestar gritaban la frase consabida (“es un honor estar con Obrador”), los migrantes comenzaron a exigir justicia.

—¡No provoques, yo no le hacía así! —les replicó el presidente, quien los acusó de ser enviados de la gobernadora panista Maru Campos.

A pesar de haber confesado que tenía el alma partida, no quiso escuchar a los migrantes. Su camioneta avanzó a trompicones entre la gente que le gritaba: “¡No huya!”.

López Obrador se había mostrado sin contención alguna en los días previos. En la mañanera del miércoles 29 de marzo dijo que los medios que habían cubierto la tragedia eran “los campeones del amarillismo, del sensacionalismo”: traficantes del dolor humano.

“Yo sé que ustedes están muy interesados, más por el dolor que les pueda causar, por el amarillismo, es lo mismo que tú tienes…”, le dijo a un reportero que lo cuestionó sobre el grado de responsabilidad de su gobierno en la muerte de los migrantes.

Había sido una semana de cuchillos largos en Palacio Nacional, en la que el presidente de México lucía cada vez más descompuesto. El 22 de marzo, López Obrador calificó como “bodrio” el Informe de Derechos Humanos realizado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, que reporta la existencia en el país de abusos de los cuerpos de seguridad, de impunidad, de tortura, y de restricción a la libertad de expresión.

AMLO dijo que el documento había sido elaborado por “el departamentito del Departamento de Estado”, que “protege el conservadurismo” y calificó a sus autores de “mentirosos y calumniadores”.

Dos días más tarde refutó al secretario de Estado del vecino país, Antony Blinken, y negó que en México hubiera regiones en manos del crimen organizado: “Eso es falso, no es cierto”.

Su siguiente embestida, en cosa de horas, fue contra el ministro Javier Laynez: molesto porque “canceló” su Plan B, dijo que el único Dios de Laynez era el dinero y más tarde lo llamó “Su Alteza Serenísima” porque detenta “un cargo que ni siquiera fue electo por el pueblo” (al mismo tiempo, uno de los miembros de su “prensa amiga”, como la llama él, intentaba desprestigiar a Laynez divulgando fotografías que eran, en realidad, del cantante español Silverio).

“Son iguales que Ciro (Murayama), que Claudio X. González, que los conservadores que no quieren que haya democracia”, explotó con rostro amargo tras la “cancelación” del Plan B.

En la misma semana dijo que tenía, sin embargo, un Plan C: “llamar a la población para que no vote por el bloque conservador”. Poco después calificó de “churro” a la nueva película de Luis Estrada (“¡Que Viva México!”), porque “es en contra nuestra, para consumo de los conservadores…” y fue hecha, según él, por un cineasta “progre, buena ondita”.

(En la misma oportunidad, el presidente aprovechó para expresar que sus experiencias y sus contactos con la realidad son tan ricos, que no necesita ver cine).

Para cerrar, se lanzó contra la oligarquía “disfrazada de demócrata”, negó que en México hubiera una crisis de adicción a las drogas (“hay bandas, pero no consumo”) y arremetió otra vez contra Estados Unidos que amenaza “con invadir” pero “vende armas de alto poder en sus tianguis” y “no hace nada por sus jóvenes… ni fortalece valores”.

En Palacio Nacional, colaboradores cercanos del presidente han tomado nota de la deriva en que este se halla, así como de sus desesperados esfuerzos por retomar la agenda nacional.

Tras la renuncia, hace cosa de un mes, de su jefe de asesores, Lázaro Cárdenas, López Obrador quedó encadenado a la estrecha visión de su vocero —que antes de ocupar el cargo era editor de la revista Regeneración—, Jesús Ramírez Cuevas.

En Palacio se dice que el momento más peligroso del día son los minutos previos a la “mañanera”. Es la hora en que Ramírez Cuevas “pone al tanto” al presidente de los temas de la agenda: de lo que se publicó y se dijo sobre su gobierno, de los ajustes de cuentas que hay que realizar.

Cárdenas, con una visión política experimentada, y una mirada de alcance internacional, era un contrapeso a la influencia de Ramírez. En 2021, cuando The Economist publicó aquella portada titulada “El Falso Mesías”, Ramírez Cuevas le dijo al presidente que se trataba solo de una revista desgastada y desacreditada: fue Cárdenas quien le informó que era en realidad una publicación leída y atendida por tomadores de decisiones y líderes mundiales.

Hoy es evidente la deriva de AMLO, la situación errática de AMLO. El derrumbe se ha acelerado y lo están viendo desde el interior mismo de Palacio, el reino de las filtraciones.

El Universal