La brújula desobediente

Eric Rosas

Todavía a principios del siglo XIX la electricidad y el magnetismo eran comprendidos como fenómenos independientes y casi sin ninguna utilidad práctica. Esto a pesar de que ambos eran conocidos desde hacía milenios y habían sido estudiados por varios eruditos durante la época de esplendor de los pueblos helénicos. Así, por ejemplo, una de las pocas aplicaciones que tenían los imanes era para la elaboración de brújulas, pues el intenso campo magnético de la Tierra hace que sus agujas se alineen siempre en paralelo con los meridianos y apunten permanentemente en la dirección norte-sur, con lo que señalan inequívocamente la ubicación del Polo Norte y entonces ayudan a que los viajeros puedan orientarse.

Pero esta aparente independencia entre la electricidad y el magnetismo comenzó a desvanecerse en 1820, cuando Hans Christian Oersted —nacido el 14 de agosto de 1777— realizó su famoso experimento. Oersted se auxilió de una pila eléctrica, de las inventadas veinte años antes por Alejandro Volta, que era capaz de mantener una corriente eléctrica continua durante cierto tiempo. Cuando cerró el circuito, conectando las terminales de la pila mediante un alambre al que hizo pasar en las cercanías de una brújula, provocó que ésta girara abandonando su habitual sentido hacia el norte. Pero al descargarse por completo la pila y cesar el flujo eléctrico a través del alambre, la brújula volvió a su posición de siempre.

Oersted repitió el experimento varias veces y en cada una la aguja del compás desobedecía momentáneamente al campo magnético terrestre al sentir la electricidad del alambre cercano. Más aún, el retorno de la brújula a su orientación norte-sur se daba gradualmente, conforme la pila iba descargándose y la corriente disminuía en consecuencia. Esto indicaba, sin duda alguna, que la corriente eléctrica era la causante del giro del compás o, lo que es equivalente: que el flujo de electrones a lo largo del alambre causaba una afectación local del campo magnético de nuestro planeta, al punto que esta modificación era sentida más intensamente por la aguja imantada; es decir, Oersted descubrió la existencia de una interacción directa entre los fenómenos eléctrico y magnético.

Aunque en su momento Oersted no pudo explicar lo observado, ahora se sabe que en efecto el fenómeno electromagnético permite que una corriente eléctrica provoque la formación de un campo magnético que circunda al conductor. Por ello es por lo que el campo magnético terrestre se altera a causa del generado alrededor del alambre y como consecuencia mueve la brújula de su posición haciéndola girar en función de la intensidad y dirección que tenga el flujo de electrones… y así, la luz se ha hecho.