Semilleros Creativos evocaron a “vivir un sueño de libertad”

Un mosaico artístico y multidisciplinario se apoderó del Auditorio Nacional, donde más de 700 cientos niños y adolescentes presentaron la noche de este martes la gala Tengo un sueño, calificada por algunos espectadores como “la gran fiesta familiar de fin de año”.

Pese a que la Secretaría de Cultura (SC) federal informó en redes sociales que se agotaron las 10 mil localidades (con precio unitario de un peso) el recinto alcanzó un 70 por ciento de su capacidad, debido a que decenas de lugares en la planta baja y el primer piso permanecieron vacíos, aun cuando los revendedores se ubicaron afuera del foro.

Los adolescentes que forman parte de los Semilleros Creativos –eje del programa Cultura Comunitaria, de la SC federal– estuvieron acompañados por la Orquesta Escuela Carlos Chávez, el Ensamble Escénico Vocal, el Coro Sinfónico Comunitario, entre otros invitados.

El programa incluyó las piezas Bonito cielo azul/Canto azul, dirigida por Eduardo García Barrios; Xochipitzáhuatl, con letra de Mardonio Carballo; Viento alegre, con arreglo de Rubí Ramírez; West Side Story, del compositor Leonard Bernstein; Tengo un sueño, de Arturo Márquez, inspirado en un discurso de Mather Luther King e Interludio, con la participación de la Banda Sinfónica comunitario de Tlaxiaco, Oaxaca.

La segunda parte estuvo articulada por Júpiter de los planetas, de Gustav Holst; Flor de río, de Carlos Rivarola; Popurrí de canciones en lenguas indígenas (rarámuri, maya-chuj, wichwa, wixárica), con el contratenor Fernando Pichardo y la soprano mixe María Reina; así como Latinoamérica, de René Pérez Joglar; Al andar, de Eduardo García Barrios; Alas (a Malala), escrito por Arturo Márquez, con texto de la poeta Lily Márquez, y un popurrí de canciones sinaloenses.

Fue a las 18 horas, cuando en medio de un escenario cubierto con luces multicolores y dos pantallas colocadas a un costado de éste, los semilleros –vestidos con trajes típicos regionales– se colocaron atrás de las agrupaciones adscritas al Sistema Nacional de Fomento Musical y siguieron las instrucciones del director de orquesta Eduardo García Barrios.

Conforme transcurría el tiempo, los primeros comentarios de los espectadores no se hicieron esperar –debido a algunas fallas en los micrófonos de los jóvenes artistas– e incluso lanzaron algunos silbidos: “No deberían faltarles al respeto”, exclamó una señora, quien poco después añadió: “Es una gran fiesta familiar de fin de año”.

De cualquier manera, la mayor parte del público se desbordaba en aplausos, mientras el recinto lucía escenografías y videos hechos por semilleros creativos de Nezahualcóyotl, Ecatepec, Chalco y Valle de Chalco, en Estado de México, así como por personas privadas de su libertad, del Cereso de Santa María Ixcotel, Oaxaca, y del Reclusorio Varonil Norte, en la Ciudad de México.

El primer invitado en salir fue el flautista Horacio Franco, seguido de Arturo Márquez, Regina Orozco, Leo Soqui, María Reyna, Fernando Islas, Señora de Xibakbal, Romeyno Gutiérrez, Juan Sant, Juan Campechano, Diego Vázquez, Fernando Pichardo y Paul Conrad.

Sin embargo, la única función tuvo un giro inoportuno cuando se presentó (por 13 minutos) el Ensamble Escénico Vocal, agrupación que cantó en inglés las melodías. En ese momento, varias personas manifestaron sus quejas: “Esos cantantes ya están más grandes, desplazan a los niños, cómo es posible que después de cantar en lenguas originarias, ellos se atrevan a hacerlo en otro idioma”.

La desafortunada situación se revirtió cuando el reconocido compositor Arturo Márquez presentó la pieza Tengo un sueño, inspirada en el discurso Yo tengo un sueño pronunciado en 1963 por Martín Luther King, y cuya singular “reinterpretación” evoca el anhelo de igualdad y no discriminación de las comunidades de México que hasta 2018 no eran incluidas en los planes y programas gubernamentales.

Ese fue el clímax del recital: cuando las letras adaptadas por Eduardo Langagne evocaban a “vivir un sueño de libertad”, “a ser todos felices” y “conseguir la paz en la Tierra”.

Luego de casi dos horas de concierto, algunos asistentes lamentaron no tener programa de mano e incluso les incomodó que el escenario estuviera “atiborrado”. Así lo expresó Rocío Aguilera, de 34 años, quien acudió acompañada de su esposo y sus dos hijos:

“Vine porque las entradas costaron un peso, pero me pareció absurdo que se agotaran los folletos. Pensé que los niños cantarían villancicos en nueve lenguas originarias y nunca supe cuáles fueron. Con tantos videos proyectados y personas en escena, uno pierde la noción de lo que ve o escucha.”

Finalmente (entre ovaciones) el compositor Eduardo García Barrios agradeció a los niños, adolescentes y jóvenes, de los más de 12 mil integrantes que forman parte de los 339 semilleros creativos que hay en el país, así como a todos los directores, agrupaciones y artistas invitados o involucrados en el proyecto –cuyo presupuesto fue de 16 millones de pesos–, entre ellas la secretaria de Cultura federal, Alejandra Frausto Guerrero, quien nunca apareció en público.

 La Jornada