Autoengaño

María Amparo Casar

López Obrador no tiene empacho en mentir consciente, abierta y sistemáticamente porque así conviene a sus intereses y propósitos o sufre de la enfermedad llamada autoengaño. Ninguna de las dos hipótesis puede dejarnos tranquilos.

A veces pienso que miente descarada y conscientemente: la pandemia ha sido domada, la curva de covid se ha aplanado, no tenemos problema de capacidad hospitalaria, el huachicol disminuyó en 80%, he cumplido 95 de los 100 compromisos, no hay funcionario del gabinete que gane más que yo, Trump nos trata con respeto, la corrupción ha sido desterrada, quedaron prohibidas las adjudicaciones directas.

Pero después de documentarme sobre lo que en sicología se llama el autoengaño, me pongo a pensar si padece esta condición: “situación en la que una persona se convence a sí misma de una realidad falsa”. Este trastorno tiene diversas manifestaciones y el Presidente parece salido de un libro de texto de sicología.

Dicen los libros de texto que “el autoengaño funcional” es aquel en el “que la persona se miente buscando convencerse de que su decisión es la correcta”. En este tipo de autoengaño, la persona afectada decide transformar una verdad que le incomoda en una mentira que lo tranquiliza. Por ejemplo, cuando no es capaz de alcanzar una meta, digamos el 4% de crecimiento prometido, decide que la meta no vale la pena y la cambia por otra bajo su control. La consecuencia: en lugar de enfrentar el desafío, busca las habilidades requeridas y corregir el rumbo para lograr la meta, “continúa mintiéndose a sí misma pensando que aquello que deseaba ya no es tan valioso o que no merece la pena el esfuerzo que demanda su logro”.

Otra manifestación del autoengaño es el que llaman “valorar para creer”. El gobernante que gusta de autoengañarse necesita creer que la meta que se fijó y a la que se comprometió es valiosa para justificar la inversión y esfuerzo que ha puesto en ella. La inversión y esfuerzo empeñados llevan a la persona a amacharse en su posición original. ¿Qué ocurre? Se cierra la oportunidad de corregir aun cuando la evidencia se lo pide a gritos. Ejemplos sobran: Jóvenes Construyendo el Futuro no crea oportunidades, pero se le sigue siguen dedicando recursos, Sembrando Vida ha sido un fracaso, pero se mantiene, Dos Bocas y el Tren Maya no serán rentables ni social ni económicamente, pero reciben aumentos presupuestales, cancelar el aeropuerto de Texcoco tendría enormes costos en términos financieros, de seguridad jurídica y reputacionales, pero no importó, descartar apoyos fiscales a las empresas durante la crisis implicará más quiebras y alargará el tiempo de recuperación, pero había dicho que no.

Una manifestación más es el “autoengaño consolatorio”: “la persona se miente para responsabilizar de su situación a un agente externo” y se presenta como víctima aun cuando la persona está en una posición de poder. Esta manifestación ocupa un lugar fundamental en el discurso y las acciones de la presente administración. Todo lo que ocurre es por culpa del pasado o por factores externos. La consecuencia: imposible rectificar.

Acompaña a esta manifestación del trastorno el “mentirle a los demás para mentirse a sí mismo”. El gobernante comienza a contar historias falsas o distorsionadas, a ofrecer información que bajo ningún parámetro se apega a la realidad. Al principio puede hacerlo de manera deliberada para salir al paso de una situación que no le conviene reconocer, pero al paso del tiempo, después de 500 mañaneras, la persona, o sea el Presidente, “termina siendo absorbida por su relato y el personaje” que interpreta.  “Soy el Presidente más criticado desde Madero”, la venta del avión es un gran negocio, ningún mexicano se ha quedado sin cama o atención hospitalaria. Ayer mismo en su conferencia autocalificó como exitosas sus estrategias tanto de salud como de economía asegurando que las dos crisis están casi por concluir. Ante “la evidencia empírica de su propia mentira estos individuos consiguen seguir negando la realidad”. Así le ocurrió al Presidente en una conferencia matutina (abril 2019) y, después, en una entrevista en la que Jorge Ramos le mostraba, con datos oficiales, que tenía las peores cifras de criminalidad desde la Revolución y el suyo era el primer peor año que cualquier otro desde el 2000. Con todo, el Presidente insistía en que la tendencia al alza de la comisión de delitos estaba controlada y la criminalidad no aumentaba.

El problema de mentir o del autoengaño no es una cuestión moral. Es que tiene efectos muy serios sobre el futuro del país y las consecuencias ya están entre nosotros.

Excélsior