El complot

Macario Schettino

Como habíamos comentado, la derrota del 6 de junio ha dejado descolocado al Presidente, que sigue cavando, a pesar de lo que ya se ha hundido. Su consulta para ‘perseguir’ expresidentes no tuvo buen fin, por lo que se ha volcado a la revocación de mandato, que es su gran oportunidad de hacer campaña nuevamente, lo que él sabe. Le urge que se haga la ley reglamentaria del proceso, que pudo haber promovido hace meses, pero que ahora necesita obtener antes del 1 de septiembre, porque no tiene mayoría en la nueva Cámara de Diputados. Ya lo hemos dicho varias veces: no tiene pensamiento estratégico, de forma que no intentó hacerlo antes porque pensaba ganar la intermedia. Ahora, con las prisas, todo es más complicado.

Su mal humor se ha convertido en descalificación de sus alfiles. La carta de corresponsabilidad que la SEP exigía a los padres de familia, que se presentó en una mañanera, ahora dice que se hizo sin su consentimiento y es cosa “de los de abajo”. Frente a la aclaración que hizo Gerardo Esquivel, subgobernador del Banco de México, de que no es posible utilizar reservas internacionales para pagar deuda del gobierno, lo acusó de “ultratecnócrata”.

Mientras él humilla a quienes le ayudaron a conseguir el poder, los grupos se vienen abajo. El encargado de ‘diplomacia cultural’ en Relaciones Exteriores renuncia después de haber despedido a Jorge F. Hernández; Martí Batres, sin poder controlar a los alcaldes de oposición en Ciudad de México; Monreal, malabareando con la revocación, la reforma política, pero sin poder controlar la Permanente. No hay coordinación.

Bueno, salvo en las Fuerzas Armadas, o debería decir, el Ejército, porque la Marina se ha borrado casi por completo. La reforma militar en proceso convierte al secretario de Defensa en un supersecretario con Estado Mayor propio, comandante subordinado a él, y tres cuerpos militares: Ejército, Fuerza Aérea y Guardia Nacional.

Sin un Congreso subordinado, con colaboradores humillados o incapaces, sin idea clara de qué hacer más allá de hablar dos horas diarias, viajar por fondas o cortarse el pelo en Palacio Nacional, es de temer que el Presidente sea muy pronto un títere de las Fuerzas Armadas. Más cuando no tenemos una idea muy clara de qué ocurre al interior de ellas. Aunque seguramente los jefes están contentos de tener recursos y poder, mandos y tropa deben estar perdiendo la lógica natural, el espíritu de cuerpo. No pueden hacer su trabajo, porque se les ordenó no enfrentar el único enemigo claro que tienen, el crimen organizado. A cambio, están desempeñando otros para los que no se enlistaron: albañiles, administradores, ferrocarrileros.

Por si faltase algo, continúa el deterioro de la capacidad de gestión del gobierno. Primero, por la calidad de los altos funcionarios, baja en lo general, pero sobajada cuando no es así; segundo, por las reducciones absurdas de presupuesto; tercero, porque ahora sí ya no hay más dinero disponible. Ya saquearon todos los fondos y fideicomisos que tenían, y están gastando tres puntos más del PIB de lo que ingresan. Esto difícilmente cambiará, porque no hay incentivos a una mayor inversión, actividad económica o generación de empleo, ni hay por qué esperar grandes cambios en ingresos petroleros.

Todo esto, sin embargo, pudo evitarse. No había necesidad de destruir inversión, revertir avances, manejar de pésima manera la pandemia, ahorcar las dependencias, menospreciar técnicos y funcionarios. Si se hizo, fue por decisión de López Obrador. Él, y solo él, es responsable de la situación en que se encuentra. Por eso está tan enojado, porque es incapaz de reconocerlo, así que no puede ser sino un complot del universo en su contra. Eso ha de ser.

El Financiero