López Obrador y Aristegui, más que un desencuentro

Jorge Zepeda Patterson

En la mañanera de este lunes el presidente Andrés Manuel López Obrador criticó acremente a la revista Proceso y a la periodista Carmen Aristegui, luego de la publicación de un reportaje en el que se menciona la empresa Chocolates Rocío, de Andrés Manuel López Beltrán. Además de deslindar a su hijo de cualquier hecho de corrupción y explicar la naturaleza de su negocio, el Presidente no solo descalificó la pieza publicada sino esencialmente la reputación de los medios implicados:

“Proceso y Carmen Aristegui nunca han estado a favor de nuestro movimiento, que ellos dicen que porque son independientes, y yo sostengo que sí son independientes, pero independientes del pueblo, que nunca se han involucrado, nunca han hecho un periodismo en favor del pueblo… Carmen Aristegui escribe en Reforma y pertenece, pues, al grupo que apoya al bloque conservador. Entonces, nada más aclararlo porque ya no estamos en los tiempos de la simulación… La gente pensaba que Carmen Aristegui era una periodista de vanguardia, yo me quedaba callado, pero en el mismo movimiento nuestro, por respeto, que era una especie de paladina de la libertad, y yo tengo otra opinión, porque cuando nosotros estábamos en la oposición me entrevistaba una vez cada seis meses y buscaba ponerme en entredicho, como buena periodista conservadora”.

El Presidente ciertamente estaba molesto. Habría que decir que López Obrador ha hecho todo lo posible para desvincular a sus hijos de la administración pública y no dar pie a una acusación de nepotismo. No debe ser fácil para los tres jóvenes construirse una vida profesional o un modus vivendi considerando la omnipresencia de la figura presidencial en tantos aspectos de la escena pública, particularmente en los tiempos de cólera que vivimos. Andrés, el segundo hijo de su primer matrimonio, fundó la marca Rocío Chocolate, para la producción y distribución del producto.

El reportaje publicado señala que la empresa se ha surtido del cacao suministrado por Hugo Chávez Ayala, tabasqueño y compañero de infancia del hijo del Presidente, y que aquél, a su vez, se surte parcialmente de productores adscritos al programa Sembrando Vida. La publicación argumenta que Chávez habría inducido a este programa obradorista, del cual fue consultor en algún momento, a introducir el cultivo de cacao en una zona de Tabasco, algo que presumiblemente no había sido contemplado en el esquema original. Otros datos recabados tienden a sugerir que la relación empresarial entre Chávez y Andrés hijo va más allá de la de un simple proveedor.

El documento no hace una acusación sobre corrupción per se y en el peor de los casos apuntaría a un posible conflicto de interés. La información lo sugiere, aunque no es concluyente. Se trata de una investigación que no fue producida directamente por el cuerpo de reporteros de la revista Proceso o de Aristegui Noticias, sino por Connectas, Plataforma Periodística para las Américas, una organización destinada a producir reportajes para ser distribuidos entre medios de información asociados. Su página extiende un agradecimiento a tres instituciones en particular: Fundación Newman, International Center for Journalist, National Endowment for Democracy.

El Presidente nunca ha ocultado la molestia que le genera cualquier publicación relativa a su círculo familiar. Independientemente de la solidez o la fragilidad de las evidencias, siempre las ha atribuido a la perfidia de sus adversarios y las considera el ataque más vil de los que se dirigen en su contra. Desde esta, su lógica, no es de sorprender su reacción apasionada y su deseo de aclarar de inmediato la situación. Por sus palabras se entiende que él no había leído el reportaje en cuestión, pero estaba al tanto de que se encontraba en proceso de investigación.

Más allá de las aclaraciones del Presidente, atendibles sin duda, cuesta trabajo quedarse indiferente ante la dura descalificación a la periodista Carmen Aristegui. Al margen de cualquier juicio sobre la publicación de esta nota, encuentro injustificada la creciente animadversión del obradorismo para con ella.

Durante muchos años Aristegui ofreció un espacio crítico y profesional para ventilar corrupciones y vicios públicos de los gobiernos priistas y panistas. Como resultado padeció la hostilidad, el despido y el boicot publicitario de la administración de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. El propio Presidente afirma que lo entrevistaba cada seis meses, en momentos en que, los periodistas sabemos, había una enorme presión de la autoridad para hacerle el vacío al tabasqueño. Aún ahora Carmen Aristegui sigue siendo denostada por los sectores conservadores, molestos porque sus programas eran un espacio para dar voz a las causas progresistas y a sus protagonistas.

Por lo que ahora dice López Obrador, quizá resintió que la conductora le hiciera preguntas incómodas al entonces opositor. Pero esto, lejos de criticarse, tendría que ser asumido como un gesto profesional y, por lo demás, eso ofrecería a AMLO una oportunidad de aclarar las objeciones difundidas por sus adversarios.

Una segunda fuente de irritación son las mesas de discusión que siempre han formado parte de su programa de radio. Denise Dresser y Sergio Aguayo, que durante años fueron críticos de los gobiernos anteriores, también lo han sido del actual. Hoy son calificados desde Palacio como acérrimos adversarios. Pero esta radicalización contraobradorista no puede ser atribuida a Carmen y, por lo demás, despedir a colaboradores de tantos años porque son críticos del gobierno habría sido interpretado como un acto de censura. Y habría que reconocer que Aristegui ha buscado que en esas mesas participen comentaristas empáticos a la línea del Presidente como Lorenzo Meyer o Fabricio Mejía, entre otros.

El hecho es que para muchos que durante tantos años encontramos en su noticiero un espacio de pluralidad, crítica y denuncia de los abusos del poder, resulta descorazonador atestiguar la dura descalificación que estos días recibe de parte de sirios y troyanos, de fifís y de chairos por igual. Más allá de errores y aciertos puntuales, que todos los tenemos, su larga y consistente trayectoria es digna de admirarse. Y más descorazonador resulta el hecho de que su caso sea juzgado tan categórica y severamente, cuando otros comentaristas de radio y televisión que durante años se prestaron a las campañas difamatorias en contra de AMLO, hoy son tolerados y consentidos por el simple hecho de haber cambiado de amo. Nunca será el caso de Carmen Aristegui.

Milenio