PRI, ¿extinción del dinosaurio o enésima reconversión?

Jorge Zepeda Patterson

La declaración de Rubén Moreira, líder del PRI en la Cámara de Diputados, es poco menos que un acto de rendición: “Por mandato de la #23AsambleaPRI somos un partido de centro izquierda. Somos social demócratas, feministas, ambientalistas, enemigos de la discriminación, progresistas, aliados de las causas populares. Le dimos una patada al neoliberalismo que nos impusieron desde el poder”. ¿Así o más claro? Y si bien las palabras del ex gobernador de Coahuila no fueron plasmadas en un acta firmada en Yalta o en el Cerro de las Campanas, constituye una capitulación con la que las fuerzas vencidas intentan, al menos, conservar la vida. Hoy en día una declaración como esta lanzada en redes sociales a los cinco continentes tiene más valor que el que otorgaba un papel membretado.

Alguien podría creer que se trata de un intento desesperado del viejo partido para disputarle a Morena su base social y reencontrar en algún lugar a los electores que ha perdido. Pero no es el caso. Son anacrónicos, pero no imbéciles. Ni el clasemediero progresista va a votar por dinosaurios que intentan disfrazarse de cebras, ni los sectores populares van a confundirse entre López Obrador y Rubén Moreira o cualquiera de sus correligionarios, por más que ahora quieran llevar serenata a los pobres.

En realidad, la frase no va dirigida a la opinión pública, sino esencialmente a los oídos de quien habita en Palacio. La selección de palabras lo dice todo. “Le dimos una patada al neoliberalismo que nos impusieron desde el poder”. Una expresión que tiene la dosis de desprecio y rencor calculada para ser bien recibida en Presidencia.

Los dirigentes del PRI han decidido que su mejor opción personal no es enfrentarse al obradorismo, sino cabalgar con él. Como los reyes derrotados que capitulan pensando más en salir bien librados que en salvar a la ciudad rendida. Si los altos cuadros del PVEM, tanto o más impresentable que ellos, con apenas 5 por ciento de los votos han logrado maravillas sabiéndolo negociar, asumen que ellos, con tres veces más, podrían hacer prodigios. Y es que 15 por ciento de las preferencias de voto que aún conservan no les da para ganar nada que valga la pena; ni gubernaturas ni escaños en el Senado, quizá algún distrito despistado. Pero 15 por ciento sumado a Morena otorga a este movimiento toda la gobernabilidad que necesita para ejercer el poder sin despeinarse y ganar elecciones sin angustias. Y eso sí que vale gubernaturas, escaños y alcaldías.

Y no se trata de lo que sucederá en 2024. Antes de eso, el PRI enfrentará elecciones en las cuatro entidades en las que aún gobierna y en todas ellas afronta un pronóstico negativo. Las sumas y restas que ha venido haciendo le dejan en claro que una alianza con el PAN no cambia las perspectivas en esas regiones. Y lo único que no se puede permitir es carecer de una base territorial propia. Son ellos los que acuñaron la clásica “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. El PRI nunca ha sido un partido de compromisos ideológicos; esencialmente ha sido una coartada para ejercer el poder. En sus peores versiones, incluso, algo parecido más bien a una agencia de colocaciones. Pero sin presupuesto a ejercer ni posiciones para ser ocupadas no tiene nada que ofrecer a correligionario alguno, empezando por sus propios dirigentes.

Si Morena ha entregado una gubernatura al PVEM (¿o de qué otra manera entender lo que sucedió en San Luis Potosí en las pasadas elecciones?), habría que preguntarse lo que podría darle al PRI por el enorme tesoro que representan sus 71 diputados. Nada más y nada menos que la diferencia que media entre gozar de mayoría simple y mayoría calificada. Entre gobernar a jalones y tirones o convertir en artículos de la Constitución la voluntad del presidente.

“Le hemos dado una patada al neoliberalismo” es también una coartada para el voto a favor de la contrarreforma energética que está en proceso. Con toda razón el PAN había dicho que, frente a esa iniciativa del Ejecutivo, el PRI tendría que escoger entre su versión vieja y su versión moderna, considerando que fueron ellos, los priistas, los que impulsaron en el sexenio anterior la reforma de energía que ahora está tratando de echar a tierra el obradorismo. Con el tuit que describe el espíritu de la asamblea del domingo, Moreira ha despejado el aparente dilema. Con tal pronunciamiento parecería que está echada la suerte, o la falta de ella, de la reforma peñanietista.

Pero más que eso, queda definido el papel que finalmente el PRI ha decidido jugar al lado del obradorismo. En el mejor de los casos, una versión del PVEM, pero más potente; en el peor, la del antiguo PARM, su ex eterno palero, hoy desaparecido.

Antes de poner punto final a este artículo no puedo dejar de pensar en la figura de Carlos Salinas de Gortari, el presidente que llevó al PRI al neoliberalismo. Me pregunto si este nuevo reposicionamiento, que aparentemente le da la espalda, constituye un divorcio radical entre la cúpula actual y el ex mandatario que, en buena medida, había manejado los hilos del partido. Pero con Salinas nunca es posible juzgar a partir de lo aparente. Cultivador de la realpolitik, bien puede estar pensando que todo esto no es sino una jugada táctica para sobrellevar las vacas flacas y esperar tiempos mejores. ¿Usted qué piensa? ¿El fin del partido que conocimos o solo la enésima versión de un dinosaurio inextinguible?

Milenio