La Palma de Reforma: un velorio que terminó en carnaval

Héctor De Mauleón

Fue un día de luto en la ciudad. Conmovían las imágenes de la gente abrazando la palma muerta de Reforma. Había rezos, aplausos, rituales y muestras de agradecimiento (“Gracias palmera por un siglo de amor, silencio y sombra”, se leía en un cartel).

No era para menos. La palmera había estado ahí incluso antes que el Ángel de la Independencia. Era un monumento vivo en el emblemático paseo y ayer, cerca de la medianoche, finalmente fue retirada.

En aquella glorieta se planeó erigir, de cara al Centenario de la Independencia, una estatua dedicada a Miguel Hidalgo. En tanto el proyecto se llevaba a cabo (un sueño más que no se concretó), hacia 1907 se plantaron en la glorieta un grupo de palmeras de la especie Phoenix Canariensis.

Existe la versión de que aquellas palmas fueron sembradas por el jardinero favorito de don Porfirio, Tatsugoro Matsumoto, introductor de la jacaranda en las calles de la ciudad. Se afirma también que fue el Apóstol del Árbol, Miguel Ángel de Quevedo (que en 1907 se hallaba enfrascado, precisamente, en la gran remodelación del Bosque de Chapultpec), quien sugirió llenar el vacío que había en la glorieta con un grupo de palmas.

Antiguas fotografías de Reforma, de las primeras décadas del siglo XX, dejan ver a lo lejos la glorieta poblada de pequeñas palmeras.

Solo una de ellas iba a sobrevivir y cuántas cosas le tocaría atestiguar desde entonces.

Las palmas han sido parte integral de la ciudad desde tiempos inmemoriales. En el centro de la capital existe, desde el siglo XVII, una calle que lleva el nombre de Palma (y que antes se llamó de Diego López, El Viejo).

En esa calle, según papeles que guardaba Ignacio del Villar Villamil, hubo una casa que perteneció a un tal Juan de la Sala. En el jardincillo de esa casa hubo una palma muy crecida, que podía ser vista desde la calle –y que según Artemio de Valle-Arizpe “remecía blandamente al aire sus flábulos lustrosos”.

A la muerte de Juan de la Sala el predio fue adquirido por el convento de Santo Domingo. La casona se hallaba tan deteriorada que los frailes decidieron derribarla y de paso arrancaron la palma de raíz.

Varios siglos después la calle se sigue llamando así, calle de la Palma, aunque a finales del siglo XIX se le quiso imponer el nombre de Miguel Lerdo de Tejada.

Sobre las palmas de la capital se han tejido mil historias. José Emilio Pacheco decía que las primeras llegaron durante el gobierno de Obregón, porque estas le recordaban el paisaje sonorense. Otra versión apunta que fue Miguel Alemán quien, embelesado con las palmeras que había avistado en Los Ángeles, decidió traerlas a la ciudad.

En 1924 se proyectó una nueva colonia: las Lomas de Chapultepec. El fraccionamiento se llenó de elegantes residencias de estilo colonial californiano, y banquetas y camellones se poblaron de palmeras que terminaron convertidas en un emblema entrañable de la ciudad.

Durante un cuarto de siglo, las palmas se extendieron a lo largo de la capital: llegaron a Polanco, Lindavista, Anzures, Santo Tomás, Álamos, Jardín Balbuena y Narvarte.

Fueron incluso emblema de una estación de Metro luego de que el emperador de Etiopía, Haile Selassie, trajera de regalo varias palmas, una de las cuales quedó en la glorieta que alguna vez existió en el cruce de Cuauhtémoc y Xola –de donde luego fue arrasada por Hank González y sus monstruosos Ejes Viales.

A principios de 2019 se detectó que las palmeras de Las Lomas se habían tornado amarillentas. La enfermedad cundió rápidamente por todos los rumbos de la ciudad. A algunas palmeras enfermas se les dio un tratamiento general, sin diagnóstico alguno, que fracasó. Se decidió, también, hacer un muestreo para determinar cuántas palmeras estaban enfermas y qué era lo que las estaba matando.

El doctor en ciencias agrícolas Carlos Fredy Ortiz le declaró a El Financiero que la Palma de Reforma no fue incluida en ese estudio, aunque su deterioro era visible. “No era tomada en cuenta como un sitio de muestreo”, dijo.

La enfermedad se detectó apenas el 5 de abril, cuando la muerte de palma centenaria era ya inevitable. “El saneamiento comenzó tarde, cuando 3.5 millones de ejemplares ya están afectados por las plagas… Esto que están haciendo es lo que se debió haber hecho hace mucho tiempo”, declaró Dionisio Alvarado, investigador del Colegio de Posgraduados en Ciencias Agrícolas.

Cuando la pandemia de Covid-19 llegó a la ciudad, no se consideró prioritaria la atención de árboles y áreas verdes: durante los meses de confinamiento, estos quedaron abandonados a su suerte en un ambiente urbano adverso, a merced de la altitud y el calentamiento.

Ayer, el gobierno de la ciudad quiso lavar sus culpas haciendo del funeral un carnaval. La jefa de gobierno Claudia Sheinbaum prefirió irse a hacer campaña a Quintana Roo, pero la secretaria de Medio Ambiente fue “a despedir a la amiga” en medio de canciones, discursos y bailes.

Bailarán todo lo que quieran, pero ayer le quitaron a la ciudad algo que la había acompañado durante más de un siglo. Y por más fiestas que hagan, esto quedará escrito en la crónica de la ciudad.

El Universal