Populismo autoritario

Macario Shettino

La buena noticia es que Macron logró derrotar a Le Pen en la elección presidencial francesa. La mala es que la diferencia entre ambos fue sólo de 8 puntos. Si ocho de cada 100 votantes franceses hubiesen optado por ella, en lugar de por él, el resultado sería un empate, o posiblemente el triunfo de la líder populista autoritaria.

Si usted cree que ese margen es amplio, le recuerdo que hace seis años, el diferencial de Macron sobre Le Pen fue exactamente el doble del actual. Dicho de otra manera, Le Pen ha reducido a la mitad la ventaja de su contrincante. Puesto que eso ocurre cuando Putin invade Ucrania, creo que hay razones para preocuparse.

El populismo autoritario gobierna hoy a más de la mitad de la población mundial, y ocupa más de la mitad del territorio. Para ser claro, le digo a qué me refiero con este término. El populismo autoritario consiste en 1) un líder fuerte, que acepta y promueve el culto a la personalidad; 2) la destrucción de todos los canales intermedios entre los gobernados y el líder (instituciones, burocracia, medios masivos); 3) el desprecio a la verdad (vía propaganda, medios, intelectuales, académicos); y 4) una relación sentimental con la base social del líder (nacionalismo, religión, racismo, clasismo).

Estas cuatro características, me parece, son muy evidentes en personas como Donald Trump, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orbán, Narendra Modi, Andrés Manuel López Obrador, Nayib Bukele, pero también en Vladimir Putin y Xi Jinping, a quienes normalmente no se les incluye en el grupo de populistas, pero sí en el de autoritarios. Por otro lado, creo que Jair Bolsonaro no cabe en la definición, aunque no sé si sea por incapacidad personal o porque su fuerza en el Congreso de Brasil es casi nula, y por ello no ha logrado establecerse en ninguna de las cuatro características con claridad.

Los otros indudablemente las cumplen: concentran el poder en su persona, fomentan el culto a su personalidad (aquí ya han dicho que AMLO encarna al pueblo, la patria y la nación, por ejemplo); destruyen, hasta donde les es posible, todos los canales intermedios (organismos autónomos, poderes federales, pero también nulifican a la burocracia, descalifican a los medios –fake news–, etcétera). Son maestros de la mentira, como Trump acusando a las cadenas televisivas, mientras mentía continuamente, o como Putin construyendo “medios alternativos” dedicados a la propaganda (como RT), o qué decir de China y sus redes sociales controladas y medios subordinados al Partido Comunista. Pero, sin duda, AMLO destaca entre ellos, porque nadie ha logrado emitir más de 90 mentiras al día como lo ha hecho él.

Finalmente, su relación con la base social es esencialmente sentimental. Aunque pueden apoyarse un poco en el dinero, como aquí con los “programas sociales”, en realidad lo más importante es la relación construida en los sentimientos: el líder que va a recuperar un pasado dorado, el que va a colocar por fin a la nación en donde debería estar, el que ha asumido el sacrificio de representar a los desposeídos, y multitud de invenciones cursis por el estilo.

Ése es, me parece, el gran problema del siglo 21, en todo el planeta. Lo que viene ahora es, conociendo sus características, encontrar la forma de neutralizarlo, y regresar a la esencia de los gobiernos republicanos, es decir, sistemas políticos en los que el líder es importante por ser el coordinador institucional, en donde el centro de la discusión pública es la verdad (los hechos, pues), y donde la sociedad de individuos se relaciona con el liderazgo a través de múltiples canales, esencialmente anónimos, es decir, independientes de señales identitarias, como lo son las entelequias de nación, raza, pueblo o religión. Ahí lo tiene.

El Financiero