El año de los cuatro

Macario Schettino

En la cultura occidental, se sigue considerando a Nerón como uno de los peores emperadores de Roma. Nerón murió en junio del 68, y en el año siguiente hubo cuatro ocupantes del máximo cargo del imperio. Se conoce a ése como el “año de los cuatro césares”: Galba, Otón, Vitelio y, finalmente, Vespasiano, que logró consolidarse y establecer una breve dinastía (sus hijos Tito y Domiciano también fueron césares, y este último compite con Nerón, para algunos historiadores, por el título del peor).

Como sea, en dos semanas tenemos elecciones en seis estados de la República, y a partir de ese momento nos faltarán dos años más para las elecciones de 2024, en las que renovaremos al Congreso entero y al Presidente. Esto significa que a López Obrador le quedan apenas 15 meses, contando a partir del domingo 5 de junio, como presidente. A principios de septiembre de 2023 inicia el proceso electoral, y ya no le será fácil imponer su voluntad, como está acostumbrado.

Pero me acordé del año de los cuatro césares porque parece que tendremos un año de los cuatro candidatos. Claudia, Marcelo, Ricardo y Adán se lanzan con todo a las campañas estatales, arguyendo que lo hacen en fin de semana, para placearse con las bases y escuchar, como en la antigua Roma, el grito de ¡imperator!, con el cual los cuatro césares mencionados creyeron que alcanzaban el poder. Para no sentirse extras de la película Gladiador, ahora les gritan ¡presidente!, pero el objetivo es el mismo: ganar el puesto a gritos y sombrerazos.

En los viejos tiempos del régimen de la Revolución esto no ocurría. Los presidenciables buscaban el favor del presidente en funciones, y hacían para ello lo que fuese necesario, pero no había espectáculo. Era más un entramado de rumores, dichos, lecturas, que nos han legado acepciones específicas de palabras como grilla y tapado. En ese entonces, cuando el poderoso elegía al sucesor y lo destapaba, los demás inmediatamente acudían a felicitarlo, y se disciplinaban. El primero en no hacerlo, abiertamente, fue Manuel Camacho, de quien Marcelo Ebrard era mano derecha.

También en esa época se designaban gobernadores desde la Presidencia, y quienes no tenían buena fortuna también optaban por la disciplina, y tal vez una subsecretaría o una senaduría para terminar la carrera política. Cuando empezó a existir competencia, varios políticos locales, al no ser seleccionados, prefirieron saltar a otro partido, y desde ahí intentar el triunfo. López Obrador tal vez haya sido el primero, pero perdió, como casi siempre. No sé si Ricardo Monreal fue el segundo o tercero en salirse, pero sí fue el primero en ganar su estado por fuera del PRI, usando las siglas del PRD.

Ahí tiene usted a dos de los cuatro candidatos. Los otros dos son más cercanos a López Obrador. Claudia fue su secretaria de Medio Ambiente en Ciudad de México, y se ganó la cercanía cuando aceptó hacerse cargo de la construcción del segundo piso del Periférico, que el secretario de Obras de la ciudad no quiso aceptar (porque era una ocurrencia). No parece tener personalidad política propia, sino que es la mímesis del mesías. Adán, en cambio, tiene una relación familiar con López Obrador (no por el apellido, sino por el apoyo que dio su padre a la familia del actual Presidente hace décadas). Tenía carrera propia en Tabasco, y todo indica que se acercó a la política más como entretenimiento que por voluntad, pero ya le va agarrando gusto.

En el año de los cuatro césares, el reemplazo ocurría conforme se mataba al anterior. En el año de los cuatro candidatos, ignoro si la muerte política termine siendo el resultado de este funesto error de López Obrador de iniciar su reemplazo demasiado pronto. Ya sabremos.

El Financiero