Indignidad

Federico Reyes Heroles

La improvisación, caprichos personales, la persecución furiosa de fantasmas, el desprecio por los técnicos y profesionistas, ignorancia y falta de mesura. Una mezcla explosiva. La democracia mexicana vive horas definitivas.

Origen es destino. La destrucción del NAIM anunció el estilo. ¿Proyecciones a futuro, espacio aéreo, o las necesidades de la industria mexicana? Sin congoja, enterraron cientos de millones de pesos y dejaron caer el AICM. Un absurdo. Y qué de decir del abasto de medicinas, primero el machete perseguidor y después vemos. Quinto año y el problema ahoga a muchas familias. Sin análisis, sin sustituto visible, destruyen el Seguro Popular afectando a 15 millones de mexicanos. Ya en la recta final, el Insabi no termina por nacer. Y así ha sido en todo: la negación de la pandemia, el naufragio en educación, la guillotina para estancias infantiles y escuelas de tiempo completo. La lista es larguísima. Ya es su historia.

Pero la esperanza es lo último que debe morir. En su origen –siglos VIII a VI a.C.– el Senado fue concebido como un órgano “metajurídico” –diría Jorge Carpizo– para atemperar los bríos de cónsules, magistrados y otras autoridades. Es curioso, emperadores muy poderosos ampliaron el Senado, llegó a tener 900 miembros. ¿Qué se esperaba de ese cuerpo colegiado? Experiencia que, bien utilizada, puede llevar a la sabiduría. De allí que fueran mayores de edad, personas destacadas en algún orden y que tuvieran la autoridad para argumentar, matizar, no ser prisioneros de las prisas del poder. De allí que las designaciones de las más altas magistraturas pasarán por el Senado. El debate demanda tiempo y serenidad, sosiego y tranquilidad.

Estamos frente a varios absurdos: ¿quién exigía una reforma electoral? Todo es perfectible, pero nuestro sistema electoral fue superando problemas y obstáculos gracias a dos factores. El primero, por más que sea impopular decirlo, los gobernantes, durante más de cuatro décadas, fueron –poco a poco– recogiendo los justos reclamos de los opositores y de la ciudadanía. Con frecuencia a regañadientes, los legisladores del partido en el gobierno concedieron en distintas materias: elaboración del padrón, autonomía creciente del órgano, una credencial a prueba de malvados, una participación ciudadana admirada en el mundo, capacitación, mejores materiales electorales y, por supuesto, un Consejo General imparcial y dispuesto a escuchar.

El segundo factor fue la creciente profesionalización de los consejeros, es decir, la exigencia de conocer de la materia a profundidad. Esa exigencia desplazó a la cercanía de sus miembros con los partidos políticos. De ahí la compleja, pero transparente, fórmula de su designación. Pero no sólo las capacidades y solvencia de los consejeros se fue consolidando, también el personal del INE encontró la estabilidad necesaria para hacer de sus conocimientos y experiencia una carrera. Esa estabilidad vale oro. Lo mismo que ocurre –o debiera– en otros ámbitos: el servicio exterior, la conducción del sistema de salud o de la SEP, o de las empresas productivas del Estado, o el sector financiero, o… el espacio aéreo. La vida de millones está en sus manos. En el caso del INE y del Tribunal Electoral, se trata de las libertades y derechos políticos.

Pero la mayor afrenta del estilo arrogante y bravucón de Palacio, es el desprecio profundo y grosero hacia el trabajo legislativo. “Sin cambiar una coma”, plan B (alrededor de 500 artículos) sin ser siquiera leído y veloz remisión al Senado con vergonzosos parches, para su tramitación inmediata. Qué grosería.

Tenían varios meses para generar consenso. ¿Cuál es la prisa? Y ocurrió, en una hora, la Comisión de Gobernación le dio luz verde. Monreal –ya sin futuro en Morena– no pudo o no quiso. No merecen estar en el Senado de este gran país. Dañaron a la República. El quiebre es ético. No se respetaron a sí mismos, actuaron como vasallos.

Pasarán como indignos.

Excélsior