Memorias guadalupanas 3

Héctor Aguilar Camín

El permiso de Roma en 1887 para coronar a la Virgen de Guadalupe Reina de México, a imitación de la Virgen de Lourdes, hecha reina de Francia en 1876, desató una polémica en la Iglesia. El mismísimo canónigo de la capilla del Tepeyac, Vicente de Paul Andrade, se opuso con vehemencia a la idea.

Pero los preparativos de la coronación siguieron adelante. En septiembre de 1895, la efigie fue devuelta al santuario del Tepeyac, de donde había sido sustraída durante la remodelación del lugar, con vistas a la ceremonia coronante.

El día de la apertura del santuario remodelado, los fieles notaron que había desaparecido de la imagen la corona dorada que había ceñido su frente desde que les alcanzaba la memoria.

Los canónigos del Tepeyac protestaron por la alteración de la imagen. Y acusaron del hecho al responsable de las fiestas, monseñor José Antonio Plancarte y Labastida, sobrino del arzobispo Labastida, artífice del renacimiento guadalupano desde Roma.

Los acusadores dijeron que Plancarte había comisionado a Salomé Piña, un reconocido pintor de la época, para que retirara la corona.

Plancarte reunió a un grupo de testigos y los hizo jurar ante notario público que “no existía ninguna corona en la imagen ni había traza alguna de que la hubiere habido”. (Todo el relato en David Brading: La virgen de Guadalupe. Taurus, 2002, cap. 12.)

Años más tarde, en su lecho de muerte, un discípulo de Salomé Piña, Rafael Aguirre, confesó que Plancarte había llevado a Piña para que borrara los últimos rastros de la corona, pues se estaba decolorando y no podía aquello suceder en una imagen de origen divino.

Finalmente, el 12 de octubre de 1895, con la asistencia de 22 obispos mexicanos, 14 estadunidenses y tres de Quebec, La Habana y Panamá, se llevó a cabo en la Ciudad de México la Coronación de la Virgen de Guadalupe como Reina y Madre de México.

El hecho marcó el renacimiento de la Iglesia luego de los adversos tiempos de la reforma liberal. La fortuna de la imagen no ha hecho sino crecer desde entonces en la imaginación religiosa popular de México.

(Esta columna toma descanso y regresa a este espacio en enero próximo. Felices fiestas)

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