Acuérdate de Acapulco, María Bonita

Jorge Zepeda Patterson

La ola de criminalidad que está sufriendo la llamada Riviera Maya es algo más que un capítulo adicional en el largo historial de violencia de los últimos años. No solo se trata de una cifra más. Hay cambios cuantitativos que después de cruzar cierto umbral producen cambios cualitativos. Aunque por razones diversas, lo que sucedió en Acapulco hace algunos años tendría que mostrarnos que nuestra ceguera y estupidez pueden ser mayor que la belleza de nuestros litorales. Playas descuidadas, aguas costeras sucias, falta de infraestructura y corrupción de autoridades terminaron por impactar en un puerto que alguna vez fue el destino preferido de las estrellas de Hollywood y, por ende, de lo más granado del turismo internacional. No fue el resultado de un incidente específico sino la lenta acumulación de negativos lo que desalentó la inversión y provocó que los viajeros internacionales más exigentes, primero, y el resto, más tarde, comenzaran a preferir otros destinos turísticos.

Para fortuna nuestra, la explosión del Caribe mexicano sustituyó con creces tal abandono. En los siguientes años Cancún se convirtió en un polo aun más importante. Y si bien nació como un proyecto planificado, las inercias y la expoliación salvaje enviaron pronto señales del desgaste y la saturación que en Acapulco habían provocado el desplome.

Con todo, el largo litoral de la Riviera Maya ha creado la sensación de que no hay límite para la negligencia; saturado un sitio, la inversión hotelera se desplaza unos kilómetros más al sur para arrancar un resort más ambicioso. Y, en última instancia, incluso si se agota esta opción parecería que México siempre puede sacarse de la manga otro litoral, Las Bajas o las bahías de Sonora, para reemplazar el polo desgastado y dar inicio a un nuevo ciclo de contubernio entre cadenas hoteleras oportunistas, empresarios especuladores y funcionarios corruptos.

Sin embargo, esta irresponsable, pero de alguna manera funcional explotación de recursos naturales, por primera vez está en riesgo de entrar en crisis generalizada. La intensificación de la violencia ha avanzado más rápido que la expansión geográfica. La inseguridad de los turistas por la intervención arbitraria y salvaje del crimen organizado es un fenómeno cada vez más frecuente en todos los destinos turísticos. En los últimos días se han multiplicado los incidentes en Acapulco y en la Riviera, pero hace algunas semanas Mazatlán y Los Cabos ocuparon las planas de la prensa de nota roja. Frente a la inacción de las autoridades, las disputas por las plazas entre bandas de narcomenudeo y de cobro de derecho de piso amenazan con liquidar la gallina de los huevos de oro. El apetito por el territorio del crimen organizado y, sobre todo, del crimen desorganizado es mayor que la capacidad del Estado o del mercado turístico para protegerlo. En las últimas agresiones queda la sensación de que estas bandas han asumido que ellas y sus rivales son los únicos actores de la escena y actúan sin ninguna consideración respecto a las autoridades y su posible represalia (porque no lo hay), o por el impacto que puedan causar en la actividad que les da de comer a todos. Obsesionados por la ganancia inmediata y por el saqueo salvaje, solo limitado por la presencia de otras bandas, sus métodos brutales comienzan a dinamitar lo que tomó tantos esfuerzos construir.

Y si bien es cierto que para el turismo europeo y estadunidense los incidentes esporádicos de los últimos años eran asumidos como una simple advertencia para no incurrir en riesgos innecesarios, particularmente en lo que toca a la vida nocturna, los cada vez más frecuentes estallidos de violencia podrían llevar a considerar que ya no hay precauciones que valgan. El caso de turistas asesinados en un restaurante de lujo en Tulum o la balacera diurna en el lobby de un hotel de Puerto Morelos revelan que hoy por hoy el futuro del turismo en el Caribe mexicano comienza a depender de las decisiones de guerra de una punta de rufianes. Un ingreso anual de 6 o 7 mil millones de dólares y miles de empleos, por no hablar de la prosperidad misma de una enorme región, estarían en manos de las excrecencias de la sociedad.

El Estado mexicano puede estar en control de la construcción del Tren Maya o asumir que con el correcto plan de inversión e incentivos podría recuperar el impulso perdido, pero el caso de Acapulco deja en claro que la imagen en los mercados turísticos internacionales constituye un recurso no renovable una vez que empieza el desplome.

Resulta evidente que el problema escapó de las manos de los gobiernos locales desde hace tiempo. En el caso de Puerto Morelos, un comando de 15 individuos arribó por lancha apenas un par de horas después de que una banda rival desafió el control sobre la distribución de la droga en un hotel. Una capacidad de fuego e intervención inmediata que supera las posibilidades de las policías municipales, buena parte de las cuales están bajo la nómina de estos criminales.

Algunas autoridades europeas han comenzado a difundir alertas de viaje sobre el Caribe mexicano a sus ciudadanos. Si estos incidentes continúan, tales alertas podrían generalizarse y eventualmente convertirse en una imagen internacional que se extienda a todo lo relacionado con el turismo en México.

Con cerca de 25 mil millones de dólares anuales el turismo es, después de la industria automotriz y las remesas, la actividad que más divisas aporta al país y una de las mayores generadoras de empleo gracias a sus muchos efectos multiplicadores. Para amplias regiones especializadas en esta única vocación productiva un desplome constituiría una debacle de efectos sociales devastadores.

El gobierno federal, el único que realmente podría hacer algo, ha operado con la tesis implícita de que la urgencia por atender a los pobres es tal que justifica dejar el combate a la inseguridad y al crimen organizado para otro momento. Me parece que habría que revisar esa tesis. La escalada de violencia que sufre el turismo en México podría aumentar la pobreza y la descomposición social que mal que bien sobrellevan estos polos. Y como bien le decía Agustín Lara a su amada María, allí está Acapulco para recordarnos que tal abismo no está lejos.

Milenio