Fandango del Metro

Héctor Aguilar Camín

La lógica de los hechos puede ser perversa.

La presencia de la Guardia Nacional en el Metro de la Ciudad de México, desplegada para evitar supuestos sabotajes clandestinos, indujo el primer sabotaje público, practicado a la vista de todos.

Fue obra de un puñado de mujeres encapuchadas que destruyeron con martillos los torniquetes y las taquillas de la estación Bellas Artes, en repudio a la presencia de la Guardia.

Lo hicieron por varios minutos, al compás del estribillo Hay que abortar/ hay que abortar/ a la Guardia Nacional, ante la mirada impávida de los miembros de la propia Guardia, desplegados ahí días antes, en número de 6 mil.

No movieron un dedo.

Por la mañana habían detenido, en cambio, a una pasajera que habría tirado unas aspas de lavadora sobre las vías. Y a un joven que protestaba con una cartulina por la presencia de la Guardia en las instalaciones.

La lógica perversa de los hechos a que me refiero es que la Guardia Nacional desplegada en el Metro, en vez de evitar incidentes, los ha provocado.

Hablar de los accidentes del Metro como si fueran sabotajes sólo desvía la atención de su causa obvia: la falta de mantenimiento.

El dirigente sindical del Metro, Fernando Espino, lo ha dicho a la prensa una y otra vez: faltan refacciones, instrumentos de trabajo, reparaciones.

La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, ha demostrado saber muy poco de las realidades del Metro.

Le pareció raro, por ejemplo, que la caja negra del vagón siniestrado el 7 de enero, con saldo de una estudiante muerta y más de 100 heridos, hubiese aparecido en una camioneta del sistema Metro, lejos del accidente.

Espino explicó que los mismos trabajadores la habían sustraído para resguardarla, pues ésa es su obligación, según los protocolos del sistema.

La jefa de Gobierno huye de sus responsabilidades en el Metro, pero el Metro no puede huir de su desgaste y se le aparece una y otra vez a la jefa de Gobierno, recordándole que, mientras ella va y viene haciendo campaña en busca de la Presidencia, la ciudad no duerme, sino que vibra y truena.

Y cobra.

Milenio